¿Conocéis
el lugar donde van a morir
las
arias de Händel?
Creo
que es aquí, en este espacio
donde
se inventa la infinitud de los amarillos:
un
espacio en el sentro del centro de Castilla
en
el que nuestros cuerpos podrían sanar para siempre
si
tus ojos son mis ojos
mirasen
estos páramos
con
piedad absoluta
y
donde hasta el espíritu suele arrodillarse
para
hacernos su ofrenda
en
rosales de sangre.
En
este espacio hay un fuego blanco
en
el que viene a expirar esa música
que
nos llaga de lejos, ¡de tan lejos!
¿Conocéis
el lugar donde van a morir
las
arias de Händel?
Está
aquí, en una tierra con más cielo que tierra,
donde
los ruiseñores serenan la alameda
y
la alameda serena a los ruiseñores,
y
con la emanación
húmeda
del tomillo más nocturno,
acude
un enjambre de estrellas
a
venerar la última espina de Cristo.
Es
el lugar donde la luz
llora
luz,
y
la catedral de los cardos
alza
su grito de silencio,
están
solas, muy solas, las vírgenes anunciadas,
y
el pueblo amurallado y muerto
asciende
vivo sobre un horizonte de lágrimas,
no
sé si como un salmo
o
como una corona de piedras inciertas.
¿Conocéis
ese lugar donde van a morir
las
arias de Händel?
Está
aquí, en el centro del centro de Castilla
donde
por los linderos morados
se
tensa, como un arco, la luz:
es
un espacio en que la nada es todo
y
el todo es la nada,
y
en el que juno joven viene por los mortes
vertiendo
de su copa oro líquido.
Es
un lugar en el que el espacio y el tiempo
son
solo una hoguera
que
arde y que mantiene su combustión
gracias
a nuestras vidas (quiero decir:
gracias
a nuestras muertes).
La
música que más amáis
aquí
tiene su tumba.
La
música que, a través de la respiración de las espigas,
viene
a morir en la luz que respiran nuestros pechos.
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